Me gusta decir que mi salida del clóset se prolongó un poco, esto para no contar parte por parte de las dos salidas que tuve, ambas importantes; bueno varios años atrás, por allá en mis catorce, tuve mi primera novia.
Todo era bonito, mis amigos lo aceptaron, algunos otros niños hacían comentarios, pero en general todo era grandioso. Me sentía ilusionada y feliz. En esta parte feliz de la historia mi familia no tenía idea de mi orientación sexual, hasta que un buen día mi madre encontró un cuaderno lleno de anécdotas, dibujitos, momentos, la historia completita de mi relación. ¡Qué día! Todo fue horrible.
Tuve muchos problemas con mi mamá, mucha tortura psicológica y un poco física, tanto que regresé y me encerré en ese oscuro lugar llamado clóset, obvio con un miedo multiplicado por 3000. Chica que conocía y me atraía, chica que alejaba y sacaba de mi vida. Vivía triste y con miedo. Hice muchas cosas que dañaron a mi persona, pero no me arrepiento ya que eso hizo que dentro de mí creciera la certeza de ser quién soy.

Un día caí completamente enamorada: llegó la chica que voltea tu mundo, aquélla que te hace sentir las maripositas hasta la garganta. Por más que intenté alejar los sentimientos, cada día caía más.
Después de un tiempo y algunos momentos, ya saben, volver a salir del clóset con los amigos, enamorarme profundamente, pasar mil sustos, miles de aventuras, sonrisas, ilusión y fantasía de una adolescente enamorada… mi papá me citó. Pasó por mí a mi casa, se veía cansado y yo ya la veía venir.
-Tu mamá me dijo que hablara contigo, ella piensa que te gustan las niñas, ¿es cierto?
La verdad es que ya no hubo más diálogo, solo llanto. Lloré y lloré, pedí perdón cien veces y moquee como se debe. Mi papá solo me abrazó muy fuerte, me dijo que me amaba, que me aceptaba, que no era diferente y que amar no era un delito. Ah bueno, también me pidió que no le dijera a mi madre.
Esa tarde llegué cansada a casa, muerta entre tantas emociones. Y ahí estaba mi mamá, sentada en la sala con su té. Entre tanto regaño y palabrería soltó la pregunta: «O qué, ¿te gustan las mujeres?”
En ese momento un poder de quién sabe qué mundo llenó mi pecho, hizo que me sentara derechita como una flecha, que la viera a los ojos, que olvidara todo el miedo y todo el pasado. En ese momento sabía quién era. Y así, cuatro años después, segura de mí, de mis sentimientos y de mis gustos pude verla a los ojos y solo contestar «Sí, si me gustan”.
Su cara solo fue de confusión, pero ella bajó la mirada primero. Se levantó y se fue.

Desde ese día me pude quitar el miedo, ser yo, sentirme libre, amar plenamente y bueno, la verdad es que ahora mi relación con mis padres mejoró mucho, reciben a mi pareja en su casa, nos respetamos y nos amamos.
Cuando sabes quién eres no importa nada.
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